sábado, 14 de junio de 2014

Callejón sin salida

La niña llegó a un callejón sin salida.
Se quedó anonadada mirando el muro que le impedía proseguir su marcha. Como si no hubiese barajado, antes de escoger aquella ruta, la posibilidad de que no llevara a ninguna parte. Y ahí lo tenía: ese gran, infranqueable, muro de piedra. ¿Quién lo hubiera imaginado? Pues ella…
Callejón sin salidaPero la pequeña escogió ese camino porque era el mejor. Corrijo: parecía el mejor. ¿Parecía el mejor… o el más fácil? Tanta luz, tanta vegetación al principio… Luego atravesando las callejuelas de un encantador pueblecito, que invitaba al descanso y, al mismo tiempo, a la reflexión… Y, por último, el muro.
No era únicamente una cuestión de comodidad. Ella era impaciente: no quería coger el camino más largo. Demasiado tiempo perdido. ¿O ganado? Al llegar al muro fue cuando de verdad se planteó si había ahorrado tiempo o deshacer el camino andado le llevaría el doble de días que si hubiera cogido el largo desde el principio.
Intentó saltar el muro. Obviamente, no lo logró. Que ni ella misma se viera capaz influyó bastante en el fracaso. Así pues, sólo quedaba volver atrás, pero resultaba un proceso bastante arduo: el otoño había acabado, llegaba el invierno. Frío, lluvias, nieve, y otros obstáculos con los que no se hubiera encontrado si hubiese cogido el camino seguro desde el principio. Mas ya no valía la pena lamentarse por lo que debió haber hecho. Al fin y al cabo, ¿ella qué sabía? Pues sí, ya sospechaba todo aquello cuando lo escogió.
No es que la pequeña fuera tonta. Es que decidió, por una vez, ignorar a su razón y hacer aquello que ella de verdad quería, aunque pareciera ilógico. Ser demasiado racional y prudente puede ser tan triste y aburrido a veces… Pero es lo que hay.
Deshacer lo andado no es tan fácil. Saltar el muro, menos. No cojas un camino sabiendo que lleva a un callejón sin salida.
O sí…
Rima S.

No hay comentarios:

Publicar un comentario