martes, 17 de junio de 2014

Una rosa roja

Paseaba con una rosa en la mano.

Iba por la calle con ella, tan feliz. Una flor recién cogida del jardín. Rosa roja, rosa muy poderosa. No lo sabía y caminaba con ella, tan feliz.

Y cayó el primer pétalo.

Pero no se percató, iba con ella, ignorante. Le dio un golpe sin querer, y no vio el pétalo caer. Sin querer, y pensando en hacer a la flor daño: todo por pincharse con el tallo, por no cogerla bien. Sin querer, pero consciente en parte. Aun así iba con ella, ignorante.

Entonces cayó el segundo pétalo.

Esa vez se dio cuenta, fue cuando vio otra flor y fue a cogerla. La soltó en un banco y la rosa se golpeó. Al recogerla, ¡sorpresa! Un pétalo menos. Bueno, no pasa absolutamente nada, sólo es un pétalo. Volvamos a casa. Y la rosa roja, la rosa hermosa, menos bonita cada día. Pero no lo veía, y en vez de cuidarla a ella, vio otra flor y fue a cogerla.

Cayó el tercero.

Aquello ya no le gustaba tanto, ¿por qué la rosa perdía sus pétalos? No había hecho nada del otro mundo, la rosa debería estar como nueva, si no todavía más bonita que cuando la cogió. Porque era una rosa bien cuidada, que no se marchitaba, porque la rosa roja era poderosa, pero sólo se veía que no se marchitaba, no la razón. ¿No se marchitaba? La rosa se consumía, la rosa desaparecía.

Cayeron cuatro, cinco pétalos…

Sólo era una flor. Cuando vio su estado, fue a tirarla. Sólo era una rosa. Cogería otra. La rosa no servía para nada ya, se distrajo con ella una temporada, ya está. Sólo era una flor. Igual que en su día dijo hola, le dijo adiós, rosa.

No les hagas eso a las rosas. No les hagas eso a las personas.
Rima S.

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