viernes, 13 de junio de 2014

La carta

Tal y como le dijo, no apareció. Perpleja, a pesar de haber sido avisada, comenzó a preguntarse en qué había fallado. Algo había hecho para llegar al extremo de perder su amistad, que tan fuerte parecía. El silencio de aquel jardín donde se reunían todas las semanas invitaba a la reflexión, de modo que se sentó en uno de los bancos a pensar.
Ella siempre había sido una persona difícil y, en consecuencia, de pocos amigos, que generalmente no tardaban en dejarla sola. Sin embargo, aquella extraña pero gratificante amistad había durado más de lo normal. Extraña porque el muchacho la trataba muy bien, cosa a la que estaba poco acostumbrada; y gratificante porque a nadie le gusta estar completamente solo.
Todos sus “amigos” seguían la misma evolución: empezaban bien, pero conforme iban conociéndose, las discusiones eran cada vez más frecuentes, hasta que decidía que no le interesaba continuar en contacto con aquellas personas. Y se mostraba orgullosa de ser ella misma quien tomaba la iniciativa y cortaba la relación. No obstante, por dentro le dolía. Sin embargo, ¿qué se le podía hacer? La gente no se comportaba adecuadamente con ella… Con su nuevo amigo también había discutido varias veces, aunque él era distinto: a él le había perdonado en muchas ocasiones. Era, además, la única persona con la que se había vuelto a hablar una vez habiéndole retirado la palabra. “Te consiento demasiadas cosas”, le había dicho él una vez. Que le llevaran la contraria la ponía muy furiosa, e inmediatamente dejaba de razonar y empezaban las discusiones. ¡Ella no hacía nada malo! Pero todos le decían lo mismo: que era egoísta, que no le importaban los demás, que pensaba únicamente en sí misma, que jamás admitía un error. ¿Cuándo había pasado algo así? “Pensándolo bien, es verdad que siempre hablo de mí y nunca cedo el turno de palabra. No recuerdo, por ejemplo, haberle preguntado nunca cómo está después de que él me lo preguntara a mí y yo le hablara de todos mis problemas…”, pensó. Inmediatamente, sintió ira. “¿Cómo se puede alguien enfadar únicamente por eso?”. Y, sin embargo, a ese recuerdo le siguió otro, y así sucesivamente: había estado tratando a los demás conforme sus propios intereses. A decir verdad, sólo estaba con ellos cuando se encontraba mal, y nunca se prestaba a ayudar a nadie cuando era otro quien necesitaba ser consolado. También se comportaba de manera inadecuada cuando, por un motivo u otro, no se sentía feliz.
En ese momento, se percató de la presencia, en el banco contiguo, de un sobre protegido del viento por una piedra que había sido colocada encima de él. Supo que era suya y lo abrió ansiosa. No se equivocó: se trataba de una carta para ella. Dicho documento decía: “Regina, como habrás podido observar, he cumplido mi promesa y no he aparecido por aquí nada más que para dejarte esta carta. Vuelvo a repetir lo de siempre: no sabes tratar bien a la gente, y es muy difícil ser amigo de alguien como tú. Lo peor de todo es que haces daño a los demás y piensas que son los demás quienes te hacen daño a ti. Pero te diré una cosa: la culpa (de cualquier situación) no es nunca de una sola persona, juntos construimos, porque todos aportamos algo a cada momento, a cada discusión (queramos o no), actuando de una manera u otra. Contribuimos a crear todo lo bueno y lo malo de cada instante que vivimos. Por eso pienso que no eres la única responsable de tu soledad y frustración. Si bien debes cambiar tu forma de comportarte, por lo que he visto desde que te conozco, creo que nadie ha tenido valor ni paciencia para intentar hacerte ver de verdad que puedes cambiar y que deberías. Ahora que has encontrado a una persona dispuesta a ayudarte, ¿querrás hacerlo? Estaré en el parque hasta las cinco”.
Miró el reloj: eran las cinco menos cuarto. Se guardó la carta en el bolso al tiempo que se ponía en pie. Contempló el jardín y respiró hondo antes de salir corriendo en dirección al parque. No vaciló un solo instante, convencida de que, con ayuda de quienes le querían, era capaz de cambiar y construir un futuro donde estuviera rodeada de gente que le apreciara y se sintiera afortunada de estar con ella.

Rima S.

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